El infinito en un junco, escrito por Irene Vallejo

Pretender escribir un resumen de un libro que me ha enseñado tanto es impensable. Una parte de la historia de la escritura y los libros que me hizo querer conocer más y más de lo que narra Irene. Admiro como tuvo el cuidado de escribir después de una exhaustiva investigación, y como va hilando cada uno de los capítulos.

Anoche terminé de leerlo, me siento conmovida por cada mujer citada en esas líneas: griegas, romanas, egipcias, inglesas, estadounidenses. Mujeres que representan a muchas más en todas las regiones del mundo, aquellas que se atrevieron a ser diferentes porque se reconocieron en algunos casos responsables ante la sociedad y el contexto que les tocó vivir.

Estoy totalmente sensibilizada con el rol de los libreros, al principio pensé que no tenía a nadie de confianza, y luego me di cuenta que mi Mamá es una excelente librera, ella se encargó de adquirir las enciclopedias y los libros que consideró teníamos que tener a mano. En especial recuerdo los libros de la colección Revista Bohemia del Bloque de Armas que estuvo en casa. De resto, siempre los libros llegaron a mí a través de las bibliotecas de mis abuelos; la biblioteca de estudio de mis tíos en la zona de lavadero de la casa de Mamá Ana; la maravillosa biblioteca infantil que estaba en casa de mi Tía Zulay, quién es docente de preescolar, y como estudiante de la Licenciatura de Castellano y Literatura fuimos una especie de práctica.

Irene también me impactó con la historia de las bibliotecarias que cruzaban territorios a caballo para llevar los libros en préstamo a las comunidades, y que eran esperadas como cuenta historias en distintos lugares. Hay tantos detalles que se cruzan en el texto, que enriquecen aún más el valor de estas anécdotas que son necesarias conocer.

Fue la Profesora Mary con quién compartí en algunas ocasiones en la Biblioteca del Liceo donde me invitaron a restaurar libros. Aprendí del cuidado que debíamos tener y sobre las cotas, esos detalles que solo aprendías si eras visitante regular de la Biblioteca.

Mi mudanza a San Cristóbal para estudiar los últimos dos años de Bachillerato coincidió con la inauguración de la Biblioteca Pública Dr. Leonardo Ruíz Pineda, allí pasé muchas tardes realizando trabajos, espacios luminosos, con ventanales enormes donde se divisaban las montañas alrededor de San Cristóbal, el parque Pedro Antonio Ríos Reyna o parque de Los Enanitos, la fachada del antiguo Hospital Vargas y el tráfico de la zona. Mis pasos universitarios me llevaron a la Biblioteca de la Universidad Católica del Táchira, posteriormente a la Biblioteca Marcel Roche en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.

En cada uno de esos lugares, estuvieron personas dispuestas a ayudar y guiar en la búsqueda de información. Es admirable como conocen sus espacios, sus autores, sus bases de datos, los favoritos de los visitantes, y como ponen a disposición todo ese conocimiento por muy sencilla que sea la duda.

Las bibliotecas no son como antes, los estragos de la economía venezolana en los últimos veinte años ha cambiado el panorama en la adquisición o consulta de libros, a veces simplemente las personas comparten sus pdf, o nos llegan a las manos libros que se intercambian en alguna recolección de materiales. No podemos seguir la lectura de los libros del año porque sencillamente no hay acceso, ya sea porque no llegan al país o porque son muy costosos.

Esta entrada no es un resumen del infinito en un junco, es sencillamente que al leerlo me puso a reflexionar sobre mi experiencia con los libros a lo largo de la vida. Ver las transformaciones que se suscitaron para tener hoy día un dispositivo electrónico que me permite disfrutar de las letras, las ideas, las emociones, y los momentos que son escritos. Esta entrada es un agradecimiento a cada persona que ha estado en mi vida a través de los libros.

Gracias Irene por alborotar los recuerdos. 


Mientras leo a Irene Vallejo
Rossana Medina
Enero 2022


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